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Jorge Calderón Gutiérrez (Padre) | |||
Yo tuve una madre buena.
La que me arrulló en la cuna. Yo tuve madre Santa. y lavó mi ropa blanca de noche frente a la luna. La que con ojos cansados veló mi cunita, enferma, mientras sus manitas buenas cosían ropas deshechas. La que me enseñó, piadosa, mis oraciones de niño, y me ayudaba en la escuela más que nada por cariño. Yo tuve una madre buena Yo tuve una madre Santa. Con cuántos desasosiegos no costeó la pobrecilla mis estudios de primaria con cuánta ropa lavada y planchada, mi mamita, no pagó mi secundaria. Y aún recuerdo que por pena, delegó en una sobrina el hecho de acompañarme marchando por el estrado al recibir mi diploma legal de bachillerato. Porque por vestirme bueno con traje de tela cara ella, la pobre se puso, tela de ropa barata. Y en el fondo de la sala, la recuerdo arrinconada. Y mientras toda la gente con regocijo aplaudía, por su cara dulce y buena, lágrimas de amor y dicha corrían por sus mejillas. Yo tuve una madre buena, Yo tuve una madre Santa. Quise estudiar Medicina. la especialidad buscada en mi país no existía, y en un país extranjero la estudié por su porfía. — Vete, me dijo márchate A coronar tu carrera, Que aunque jirones de la vida, deje lampaceando pisos, yo te juro que dinero te llegará día a día. Y me lo envió. “Pobrecilla”. Y nunca me faltó nada. Y por cinco largos años Sus manos sacrificadas hicieron que ver pudiera mi carrera coronada. Triunfé. Tan brillantes notas obtuve que, en pago y premio, me dieron con el diploma más alto que dar se pueda mi pasaje de regreso. Y volé... Y volé con ansias locas De entregar aquel A quien más lo merecía, Para ponerlo en sus manos, Y gritar a pulmón lleno Que era suyo más que mío. A la casa llegué loco de contento, de alegría, y al golpear a la ventana porque la puerta no abría, una vecina de me dijo: — ¿A quién buscas? — A mi madre, le contesté muy ufano. — ¿La viejita que lavaba pisos de noche y de día? — Sí, le dije: ¡Esa es mi madre! La mejor del mundo, ¿sabe? Y cómo no he de saberlo me dijo aquella vecina si murió lavando pisos anteayer. Y ayer, cuando la enterramos, al desasirle las manos, que las tenía crispadas, le encontré doscientos pesos: los últimos que ganara para enviárselos a su hijo, y ayudarle a que a su lado lo más pronto regresara. — Tómalos. Aquí los tienes. Es dinero bien ganado. — ¡Y no iba a serlo! Aquí están doscientos pesos cansados. — ¿Los quiere alguien? Los regalo. Tómenlos, por Dios, que a mí... ¡A mí me queman las manos!.. |
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viernes, 23 de mayo de 2014
¿Quien quiere doscientos pesos?
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